Manos traicioneras

Manos traicioneras
Con las mismas manos que fabrica sus esculturas en madera y enseña a los demás reclusos que trabajan en el taller de artesanía de la Cárcel de Isla de Pascua, donde exhiben y venden sus piezas, Alberto mató de un disparo a su mujer por haberle sido infiel. “Yo no hice nada -dice-, fue mi mano”. Condenado a 14 años, con 6 ya cumplidos, deposita sus esperanzas en el indulto presidencial, cuya respuesta debe recibir este verano, para salir en libertad y partir al sur de Chile junto a su nueva mujer, con la cual contrajo matrimonio en el patio del recinto penitenciario. No faltaron el curanto, la música, ni los parientes. Ni siquiera los de la difunta primera esposa.
Rosario Mena
Alberto, reo en la Cárcel de Hanga Roa.
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Un pequeño e inofensivo caserío apenas cercado por mallas de alambre, en medio de la pradera subtropical de Rapa Nui, es la cárcel de la isla, donde los reclusos fabrican y venden, a bajo precio, la artesanía tradicional que muchas veces es revendida en los locales de Hanga Roa. Fuentes y figuras de madera, anillos, collares, reproducciones de moais en piedra, entre otras piezas, que no destacan por la fineza de sus terminaciones, componen la oferta, que incluye la posibilidad de mandar a hacer un ukelele (guitarra tradicional polinésica) a uno de los presos experto en su fabricación.
Entre los maestros, que enseñan el oficio artesanal a los nuevos internos, está Alberto, condenado a 14 años por el asesinato de su esposa. Un crimen pasional, cuya responsabilidad, después de 6 años, aún no asume. Si le preguntan el motivo de su encierro dice: “Me hice viudo solo”, al tiempo que repite: “Yo no he hecho nada, fue mi mano”. Incluso justifica: “Fue ella la que me hizo reaccionar, sabiendo cómo es mi carácter”. Aún le quedan 8 años, pero Alberto no pierde las esperanzas del indulto presidencial que solicitó y cuya respuesta espera para el mes de enero.
No sólo sus hijos, sino también los parientes de la mujer que mató, lo vienen a ver a la cárcel, cosa que concuerda con la mentalidad de la sociedad Rapa Nui respecto de la violencia, los conflictos humanos y la solidez de la filiación familiar, y determina un modo particular de zanjar los problemas y reconstruir los lazos de parentesco sin mayor complicación.
“Me entrenaron para robar, era una época distinta, donde había mucho robo, había que sobrevivir”, relata Alberto al preguntarle sobre su infancia. Luego fue marcado por una oscura experiencia en la milicia, en el norte de Chile: “Estuve 7 años, me enseñaron a matar, eso no era para mí”. Tras estas difíciles experiencias, regresó a la isla, se casó y comenzó una nueva vida. La infidelidad de la ex esposa -“con mi sobrino, más encima”-, la convirtió en víctima de femicidio. “Viví 17 años con mi ex mujer. Cuando estuve joven yo tenía toda la libertad, pero cuando uno se casa, se supone que uno se compromete. Ella me quitó todo. Yo quería avanzar, tenía muchos proyectos, para mis niños, tenía mucha energía. Lo perdí todo, tenía un rancho grande, con dos casas, me fui reconociendo con la gente. Trabajaba mucho”.
A sus 50 años, Alberto tiene a su haber 14 hijos, 10 mujeres y 4 hombres, con 10 madres diferentes. Todo un récord que, en la Isla, no constituye una gran originalidad y que él, como buen rapa nui, celoso de su hombría, ostenta como un trofeo. “Me gusta probar, crear, vivir. Me he acostado con todo tipo de mujeres: gordas, altas, flacas, chicas”.
“Esto es un reality”
Relativa es la privación de libertad para los reclusos de la Cárcel de Isla de Pascua. No sólo se les permite internarse en el campo para recoger madera para sus artesanías (“las piedras las traen los parientes”) y se respira un ambiente más bien relajado en la terraza donde trabajan de día, con música y rodeados de naturaliza. La vida transcurre con celebraciones incluidas en este pequeña isla dentro de otra isla. “Esto es un reality”, dice Alberto. De hecho, hace pocos meses, contrajo matrimonio en segundas nupcias, con fiesta y todo, en el mismo patio de la cárcel. “Como era viudo, me casé de nuevo”, explica sin reparar en la ironía. “Hubo curanto, asado, torta, vinieron como 50 personas. Es que yo soy muy popular”. Y de pronto, con el buen recuerdo, lo invade el optimismo: “Cuando yo salga me voy a vivir a Temuco, allá me invitaron a trabajar en una escuela. Me voy con mi esposa”.